"Navidad en la Dana: Un recorrido entre barro y esperanza en medio de la adversidad"
Es Navidad en Catarroja. El clima es cálido y el sol brilla con fulgor. El termómetro supera los 20 grados. El mercado municipal, el mismo que los Reyes Magos sorprendieron con su visita la semana pasada, está repleto a pocas horas de la cena de Nochebuena. La gente adquiere carabineros, chorizos, cerezas gigantes, bragas rojas con estampados de renos y de Papá Noel, mientras disfrutan de cerveza y vermut. Todo parece estar en orden. Pero no es así. A solo dos calles de allí, una docena de militares vestidos con monos blancos trabaja incansablemente, deshaciéndose del lodo en un garaje y unos trasteros, al lado de un árbol decorado con esferas rojas. Una aparente normalidad se entremezcla en todas partes con la alarmante anormalidad del barro, los efectos devastadores de una dana que arrasó todo el 29 de octubre. Hoy se cumplen exactamente 56 días.
Los niños se hacen fotos con Papá Noel en un parque cercano y le piden regalos mientras unos elfos organizan juegos lanzacanicas, derribalatas o encestasacos como si todo fuera como cualquier otra Navidad. Justo al lado, en La Rambleta, una de las calles principales del pueblo, aún reina la desolación. Los bajos siguen destrozados, todavía se ven las marcas del barro que recuerdan hasta dónde llegó la riada y apenas hay negocios abiertos. Repartidos por toda la avenida se pueden leer decenas de mensajes enviados desde todos los rincones de España que los vecinos han ido pegando en las paredes. Uno, desde Barcelona, dice que hay que confiar porque “todo esto pasará”. Y al lado hay un dibujo de una senyera y otro de un árbol de Navidad del que cuelgan varias frases: “Vosotros podéis”, “Nosotros os ayudamos”, “Un poco más y lo lográis”.
En casa de María no hay árbol de Navidad este año. Tenían dos, pero la dana se los llevó. “Había también un reno por ahí, pero la verdad es que no lo hemos puesto”, dice. “No tenemos espíritu navideño este año”. La riada arrasó su tienda de ropa, destruyó todo lo que había en el bajo de su casa y se llevó por delante su coche y también el de su hija, Sarai. Hace unos días les comunicaron que varias de las viviendas de sus vecinos, dentro de una comunidad de casas bajas a escasos metros del barranco del Poyo, tienen que ser demolidas porque están muy dañadas y ya no son seguras. Y que el derribo y la reconstrucción lo tienen que pagar entre todos los propietarios. Mientras, las ansiadas ayudas llegan con cuentagotas.